(Hna. Lida
Romero, ss.cc.)
Oración personal
Aquí estoy, mi Dios, ante
Ti, tal como soy ahora. Estoy de rodillas ante Ti, Señor, tranquilo y en paz.
Estoy en tu presencia y me dejo conducir. Me abro a tu proximidad, Tú eres la
fuente de mi vida, la fuerza de vida que me penetra. Tú eres mi respiración que
me conduce. Deja que tu paz habite en mí.
Concédeme la gracia de
dejarme limpiar por Ti, ser vasija que se llena de Ti, mi Dios. Que todos mis
pensamientos y sentimientos, mi voluntad y libertad estén orientados hacia tu
servicio y alabanza, mi Dios fuente de vida. Así sea. Amén.
Lector: Señor
Jesús, nuestros ojos te miran con fe y te contemplan bajo las especies de Pan y
Vino. Contigo queremos andar el camino de tu Evangelio y de tu Misterio
Pascual. Tú eres, Señor, la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo, y la Vida verdadera que nos llena de alegría. Queremos contemplar esa
Vida y Luz que alumbra nuestra fe. Tú eres nuestra firme esperanza. Levantamos
nuestras manos en oración y búsqueda de tu gracia: haz que nuestros corazones
inquietos te encuentren siempre.
Todos: Por
medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre,
siguiéndote a Ti, que eres Luz y Vida.
Lector: Tú
eres nuestro mediador y redentor. Nuestro corazón se llena de gozo y esperanza
al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros».
Todos: Señor
Jesucristo: Tú, inmolado en la cruz, te ofreciste por la reconciliación y la
paz: te alabamos y te bendecimos.
Lector: En
la Eucaristía te das como alimento de vida eterna y nos unes a tu inmenso amor:
te alabamos y te adoramos.
Todos: En
tu presencia santa te experimentamos cercano y te adoramos con fe. Te pedimos
que ilumines con tu luz nuestros ojos, purifiques nuestras mentes y corazones y
nos hagas instrumentos de tu paz, en un mundo dividido por las guerras y los
odios.
Lector: Concédenos
caminar siempre a la luz, para que un día la podamos contemplar sin velo
alguno, y adorarte y glorificarte sin fin.
Todos: Te
damos gracias, Padre santo, porque nos revelas en Cristo, luz de los pueblos,
el misterio de nuestra salvación. Él, verdadero cordero pascual, con su muerte
quitó el pecado del mundo y, resucitando, restauró nuestra vida.
Lector: En
memoria de su entrega por nosotros, nos dejó como alimento el sacramento de la
Eucaristía, que nos hace partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de
tu Reino.
Todos: Derrama,
Señor, tu Espíritu, sobre quienes adoramos y proclamamos la presencia de tu
Hijo en el misterio de nuestra fe, para que vivamos en generosa solidaridad con
todos los hombres.
Lector: Adoradores
en espíritu y en verdad, demos testimonio del Evangelio imitando a María, la
Madre de Jesús, servidora obediente y humilde de la obra de la salvación.
Todos: Gloria
y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y eterno Dios. Te adoramos
profundamente y te ofrecemos el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de
todos los sacrilegios e indiferencias con que eres ofendido, y por los méritos
infinitos de tu Sagrado Corazón, te pedimos la conversión de los alejados y de
los indiferentes.
Oración
Te adoro con devoción, a Ti
Señor Jesús, oculto bajo las sagradas especies de pan, a Ti mi corazón se
somete totalmente, pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. La
vista, el tacto, el gusto, son aquí innecesarios; sólo con el oído se llega a
tener fe segura, de que Tú estás aquí presente. En la cruz se ocultaba la
Divinidad, en la Hostia se oculta hasta la humanidad.
Yo, creo y confieso que Tú
estás aquí presente con tu cuerpo, tu alma y divinidad.
Te pido como el ladrón
arrepentido perdón por las veces que no te he visto presente en el Santísimo
Sacramento del Altar y te digo como Tomás: Dios mío., porque Tu eres mi Señor y
mi Dios.
Haz que crea yo en ti más y
más, que espere en ti y te amé. Pan - vino, que das vida al hombre! Da a mi
alma, que viva y disfrute siempre de tu dulce sabor.
Señor, límpiame de mis
pecados con tu sangre, cuyas gotas pueden limpiar al mundo entero de todo
pecado.
¡Oh Jesús, a quien ahora veo
velado! Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo: que viéndote finalmente
cara a cara, sea yo dichoso con la vista de tu gloria. Amén.
Momento de silencio (música
de fondo)
Lector: Señor,
la Iglesia que continúa celebrando la Eucaristía, nos invita a alabarte,
agradecerte e implorar tu gracia. Demos gracias por este misterio de la
Eucaristía y por su presencia real en medio de nosotros.
Todos: En
unión con Jesús te agradecemos, Dios Padre, por todas las gracias personales
que nos has concedido. Tú nos has dado la vida de la gracia, que nos ha hecho
partícipes de tu misma vida divina y, después de la gracia con la que nos
santificaste en el día del Bautismo, ¡cuántas gracias nos han sido concedidas a
lo largo de la vida!
Lector: Gracias,
Señor, por tu Misterio Pascual: tu muerte y resurrección. Gracias Señor, por
haber instituido la Eucaristía, por haberte quedado sacramentalmente entre nosotros,
por habernos invitado a celebrar la Eucaristía, sacrificio perenne de
salvación.
Todos: Te
damos gracias, Señor.
Lector: Gracias,
Señor, por darnos tu Cuerpo y Sangre como alimento. Gracias Señor, por este
tiempo que nos has concedido para adorarte y venerarte en el Sacramento.
Gracias Señor, por la Eucaristía que se celebra en todo el mundo, por tu
presencia sacramental que nos estimula y acompaña como Luz y Vida.
Todos: Te
damos gracias, Señor.
Lector: Por
todo lo que has hecho por nosotros y por todo lo que todavía harás en el
futuro.
Todos: Te
damos gracias, Señor.
Lector: Por
nuestros padres, que nos educaron en la fe, por habernos llamado al
conocimiento de la Buena Nueva de tu Palabra y a vivir como tus hijos, por el
Bautismo.
Todos: Te
damos gracias, Señor.
Lector: Te
damos gracias y te bendecimos, Dios santo y fuerte, porque diriges con
sabiduría los destinos del mundo y cuidas con amor de cada uno de los hombres.
Todos: Tú
nos invitas a escuchar tu Palabra, que nos reúne en un solo cuerpo, y a
mantenernos siempre firmes en el seguimiento de tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo.
Lector: Porque
sólo Él es el camino que nos conduce a ti, Dios invisible, la Verdad que nos
hace libres y la Vida que nos colma de alegría.
Todos: Te
damos gracias y te bendecimos, Padre fiel lleno de ternura, porque tanto amas
al mundo que le entregaste a tu Hijo, para que fuera nuestro Señor y nuestro
Hermano.
(Escoger algún texto de la
Sagrada Escritura sobre la Eucaristía; Jn 6, 26-35 para reflexionarlo)
Jesús Pan de vida El
evangelio de Juan habla de un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con
la muchedumbre a orillas del lago Galilea. El día anterior han compartido con
Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo
lo van a dejar marchar?
Lo que buscan es que Jesús
repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más. Jesús
los desconcierta con un planteamiento inesperado: “Trabajad, no por el alimento
que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna”. Pero ¿cómo no
preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo
necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo
primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los
hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de
su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano
sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al
Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar
en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre
de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo
hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre
de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene
del Padre, no para hartarnos de comida sino “para dar vida al mundo”.
Este Pan, venido de Dios,
“perdura hasta la vida eterna”. Los alimentos que comemos cada día nos
mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden
defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar
vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese
Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere
morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza
indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir
a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza
resucitadora.
Al escuchar sus palabras,
aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: “Señor,
danos siempre de ese pan”. Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos
atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada
día. Y, a veces, solo la nuestra.
(Podemos
reflexionar en silencio o también compartir lo reflexionado)
Lector: A la
luz de este gran misterio, dirijamos a Cristo nuestra oración. Padre Dios,
creemos que eres creador de todas las cosas y que te nos has hecho cercano en
el rostro de tu Hijo, concebido de María Virgen por obra del Espíritu Santo,
para ser nuestra condición y garantía de vida eterna.
Todos: Creemos,
Padre providente, que por la fuerza de tu Espíritu, el pan y el vino se
transforman en el cuerpo y la sangre de tu Hijo, flor de harina que aligera el
hambre del camino.
Lector: Creemos,
Señor Jesús, que tu Encarnación se prolonga en la simiente de tu cuerpo Eucaristía,
para dar de comer a los hambrientos de luz y de verdad, de amor y de perdón, de
gracia y salvación.
Todos: Creemos
que en la Eucaristía te prolongas en la historia, para alimentar la debilidad
del peregrino, y el sueño del que anhela dar fruto en su trabajo. Sabemos que
en Belén, la «Casa del Pan», el Padre Eterno nos regaló, en el vientre de María
Virgen, el pan que ofrece a los hambrientos de infinito.
Lector: Creemos,
Jesús Eucaristía, que estás real y verdaderamente presente en el pan y el vino
consagrados, prolongando tu presencia salvadora y ofreciendo a tus ovejas
pastos abundantes y aguas claras.
Todos: Creemos
que los ojos se engañan al ver pan y nuestra lengua se equivoca al probar vino,
porque estás Tú todo entero, ofrecido en sacrifico y dando vida al mundo, de
Paraíso siempre hambriento.
Lector: Aquella
noche del Cenáculo, al tomar, Señor, el pan y el vino entre tus manos, estabas
ofreciéndolos a todos, por los años y siglos infinitos.
Todos: Contigo,
Cordero de la Alianza, se elevan en cada altar, donde te ofreces al Padre, los
frutos de la tierra y del trabajo del hombre, la vida del creyente, la duda del
que busca, la sonrisa de los niños, los proyectos de los jóvenes, el dolor de
los que sufren y la ofrenda del que da y se da a sus hermanos.
Oración final
Tú eres mi Creador, yo tu
creatura,
Tú eres mi Hacedor, yo tu
hechura,
Tú eres mi Dueño, yo tu
propiedad.
Aquí estoy para hacer tu
Voluntad.
Canto final:
Seguirte solo
a ti, Señor
Mirarte sólo a Ti Señor (3)
y no mirar atrás.
Seguir tu caminar Señor,
seguir sin desmayar Señor
postrarme ante tu altar
Señor
y no mirar atrás.
Me llamas, Tu Señor, a mí,
fijándote en mi pequeñez;
me brindas tu amor y bondad
y tu fidelidad.
/Tan solo me quieres pedir,
que cumpla con tu voluntad,
que deje todo hoy por Ti
y alegre caminar/.
Aquí me tienes mi buen Dios,
dispuesto a abandonarme a
Ti;
aquí me tienes mi Buen Dios,
queriéndote ser fiel.
/Seguir tu caminar Señor,
seguir sin desmayar Señor
postrarme ante tu altar,
Señor
y no mirar atrás/
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